Los Warriors vencieron 129 a 120 a Cleveland y lograron el quinto título de su historia al definir la serie 4-1. Kevin Durant fue el Jugador Más Valioso.
El segundo título para Golden State en tres temporadas, especialmente por las formas, abrió el debate ¿qué lugar en la historia ocupa este grupo dirigido por Steve Kerr? Es cierto: no es -al menos no todavía- la potencia hegemónica que supieron ser los Celtics de principios de los ‘60; tampoco son los Lakers de los ‘80 o los Bulls de los ‘90.
Pero ya establecieron una superioridad que se tradujo a números históricos (estos playoffs, las 73 victorias de la fase regular pasada), con un juego que revolucionó el básquetbol de élite. Por eso, cabe preguntarse cuál será el límite de la franquicia, que bajo la batuta de su joven entrenador amalgamó a cuatro súper estrellas que llevaron el juego a otro nivel.
El 129 a 120 a Cleveland les dio el campeonato (la serie fue 4-1) y fue la coronación para un año sensacional de los Warriors.
La sed de revancha era intensa. Dolió demasiado pasar de ser el primer equipo en lograr 73 victorias en la temporada regular a ser, en la misma campaña, el primero que desaprovechó una ventaja de 3-1 en la serie final y dejó escapar el título. Por eso, poco después de la caída definitiva contra Cleveland el año pasado, Draymond Green se comunicó con el Mánager General del equipo, Bob Myers, para decirle que había que ir a buscar al agente libre top de ese verano: Kevin Durant. El siguiente llamado que hizo Green fue al propio KD, que buscaba un anillo después de acumular premios individuales que no llenaban su alma.
La decisión de Durant de unirse a los Warriors fue criticada por muchos. De hecho, el propio Kevin había tuiteado, allá por 2010, con cierto enojo porque todos querían “jugar para los Lakers o el Heat” en lugar de competir contra ellos.
Pero la decisión encierra una forma de ver el juego que contrasta con el individualismo reinante de la NBA: resignar protagonismo en pos de un logro colectivo. Vale para el alero, que dejó Oklahoma, donde era amo y señor. Vale para Stephen Curry, que aceptó entregar las llaves del equipo, de su equipo. Vale para Kerr, que se animó al desafío de hacer convivir a cuatro All Stars.
Dos equipos con presupuestos millonarios
El momento cumbre los encontró por tercera vez consecutiva ante los Cleveland de LeBron James, un tipo con el que la historia será injusta en términos de resultados en finales: llegó a ocho y cayó en cinco. “Es quien manda en la NBA desde 2011”, lo elogió Durant, uno de los pocos tipos que puede sentarse a la mesa del mejor jugador de esta era en la liga. Pero a James le faltó lo que le sobró a los Warriors: un equipo de verdad, un grupo que fuera más que cinco tipos compartiendo cancha.
Porque además de Durant, elegido Jugador Más Valioso de estas finales, Golden State tuvo en Curry a ese tipo explosivo, a ese talento impredecible, a ese tirador asesino; en Draymond Green al corazón, al hermano mayor que salía a defender al resto, con y sin la pelota; en Klay Thompson a un anotador como pocos y a un defensor silencioso que supo anular en buena parte de las finales a Kyrie Irving, ese que el año pasado clavó un puñal en el corazón de la ciudad.
Y en el banco a un grupo de jugadores que se ajustó a su rol, que siguió al pie de la letra lo pregonado por la conducción técnica y por los conductores sobre el parquet. El segundo título en tres años es fruto del trabajo de una organización que sí, invirtió (e invertirá) fortunas en Durant por los próximos años, pero que supo poner el ojo y elegir con suma inteligencia en los drafts (de ahí salieron Curry, Thompson y Green) y en las elecciones de los jugadores de rol. Y esto, claro, es sólo el comienzo. Golden State tiene todo para dominar la NBA en los años por venir.