Ocho meses antes de ser electo presidente de Estados Unidos, Donald Trump prometió al grupo más poderoso del lobby israelí en su país que desmantelaría el acuerdo nuclear con Irán y llevaría la embajada de Washington a Jerusalén, «la capital eterna del pueblo judío».
«Cuando sea presidente, los días en que se trata a Israel como un ciudadano de segunda clase habrán terminado», dijo Trump en aquel discurso de marzo de 2016.
De inmediato, una ovación recorrió la conferencia del Comité de Asuntos Públicos Estados Unidos-Israel (Aipac, por sus siglas en inglés), con miles de asistentes en Washington cortejados por Trump en plena campaña.
Ahora en el gobierno, Trump parece resuelto a mostrar que cumple con aquellas promesas.
El mandatario dijo en octubre que evitaría certificar nuevamente el acuerdo con Irán firmado por su antecesor Barack Obama y otras cinco potencias mundiales, lo que arrojó dudas sobre su futuro.
Y esta semana, Trump anunció su decisión de considerar oficialmente a Jerusalén como la capital de Israel y mudar la embajada de EE.UU. allí, algo que sorprendió al mundo y elevó la tensión en Medio Oriente.
Esta decisión supone un giro respecto a la política exterior que Washington siguió por más de medio siglo, y para algunos confirma el peso de grupos pro Israel como Aipac sobre la mayor potencia del mundo.
«Es una señal de la continua influencia que estos grupos tienen sobre las políticas de Estados Unidos hacia Medio Oriente», dice a BBC Mundo Stephen Walt, profesor de asuntos internacionales en la Universidad de Harvard y coautor del polémico libro «Lobby Israelí y la política exterior de Estados Unidos».
Entonces, ¿hasta dónde llega el poder de ese lobby en Washington?
Una relación especial
Los grupos que defienden intereses judíos o sionistas en EE.UU. están lejos de ser algo nuevo: según expertos, su presencia se remonta hasta el siglo XIX.
Y Washington desarrolló una relación estrecha con Israel tras la creación del Estado en 1948, al punto que se volvió uno de sus principales destinos de asistencia exterior hasta la fecha.
El año pasado, el gobierno de Obama firmó un paquete deayuda militar a Israel por US$38.000 millones durante una década, el mayor de su tipo en la historia de EE.UU.
Teniendo en cuenta las importantes discrepancias que mantenían Obama y el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu en temas como el acuerdo con Irán, ese paquete también fue visto como un símbolo de la alianza bilateral más allá de quién gobierne.
Y detrás de esa relación bilateral trabajan varias decenas de organizaciones privadas, a menudo de forma discreta.
Aipac declinó una solicitud de entrevista de BBC Mundo para evaluar cuán influyente fue el cabildeo pro Israel en el anuncio de Trump sobre Jerusalén.
Considerado uno de los lobbies de política exterior con mayores recursos financieros en EE.UU., Aipac se define a sí mismo como bipartidista e impulsor en el Congreso del apoyo a Israel, esfuerzos contra el terrorismo y una solución de «dos estados» que incluya un Estado palestino desmilitarizado.
Otro pilar del lobby pro israelí en EE.UU., y que se define a sí mismo como el mayor en el país con 3,8 millones de miembros, es el grupo evangélico Cristianos Unidos por Israel.
Su fundador, el pastor John Hagee, reveló que había mantenido audiencias en la Casa Blanca con Trump y el vicepresidente Mike Pence para urgirlos a que mudaran la embajada de EE.UU. a Jerusalén.
Los evangélicos que apoyan a Israel se basan en la creencia religiosa de que el regreso de judíos allí es crucial para una segunda venida de Cristo a la Tierra.
Además, varios líderes evangélicos conservadores apoyaron la elección de Trump y luego de la llegada de este a la Casa Blanca han buscado promover su agenda pro Israel aprovechando una sintonía quizá mayor que la de Aipac.
Ahora, Hagee y otros saludan la decisión del presidente sobre Jerusalén.
No obstante, hay quienes creen que se exagera la influencia de los grupos pro Israel en el plan anunciado por Trump.
«Si el lobby pro Israel fuera tan fuerte, ¿por qué no impidió que el presidente Obama diseñara la resolución del Consejo de Seguridad (de la ONU) que declaró que los lugares sagrados de Jerusalén son territorio ocupado ilegalmente?», interroga Alan Dershowitz, un profesor emérito de derecho en Harvard y frecuente defensor de Israel.
«El lobby pro Israel en Estados Unidos, como cualquier otro lobby, es parte de la democracia. A veces convence, otras no. Los lobbies tienen muy poca influencia en los presidentes; tienen mucha más influencia en los miembros del Congreso», dice Dershowitz a la BBC de Londres.
A su juicio, hay otros lobbies muy influyentes en el país, comenzando por el de las armas, o incluso el de Arabia Saudita.
Sin embargo, otros señalan que a la hora de diseñar políticas en Washington, los grupos y operadores pro Israel tienen una voz especial desde antes de las elecciones.
Trump, por ejemplo, buscó y obtuvo el apoyo financiero para su campaña de Sheldon Adelson, un multimillonario de los casinos que ha sido uno de los principales donantes de grupos pro Israel y tiene un vinculo estrecho con Netanyahu, informó el diario The New York Times.
Y después que Trump llegó a la presidencia, Adelson usó su influencia para asegurar que cumpliera la promesa de trasladar la embajada a Jerusalén, reveló el periódico.
Los grupos pro Israel «tienen una reputación de altos niveles de influencia y eso a menudo puede llevar a que las personas supongan que no deberían ir en su contra«, reflexiona Matt Grossmann, director del instituto para política pública en la Universidad del Estado de Michigan.
«Tienen una reputación de influencia y eso puede ser valioso, pero no es tan cierto que cualquier grupo de interés sea imparable o que sea el único factor importante en la formulación de políticas», concluye