Llevamos ya casi seis décadas buscando, sin éxito, una señal que nos permita afirmar que «ahí fuera», en alguna parte, existen otras civilizaciones tecnológicas similares o superiores a la nuestra. Pero a pesar de todos nuestros esfuerzos, esa señal no aparece por ninguna parte.
¿Significa eso que nuestros programas de búsqueda no son lo suficientemente buenos o que, aún peor, estamos solos en el Universo? No necesariamente.
De hecho, según un equipo de astrofísicos de la Universidad Estatal de Pensilvania, concluir que el programa SETI de búsqueda de vida inteligente es un fracaso es algo que la evidencia actual no puede respaldar.
Para los investigadores, en efecto, si no los hemos encontrado no es porque no estén ahí, sino porque, sencillamente, no hemos buscado aún lo suficiente.
En un artículo publicado hace apenas unos días en a plataforma ArXiv.org, Jason Wright, Shubham Kanodia y Emily Lubar colocan en un contexto matemáticamente riguroso los hasta ahora fallidos programas SETI, y lo hacen poniendo a prueba la célebre metáfora de la astrónoma Jill Tarter, fundadora de la institución, quien en 2010 afirmó que hasta ese momento las búsquedas SETI habían cubierto una fracción tan pequeña del Universo observable que calificarlas de fracaso sería como asegurar que en los océanos de la Tierra no hay peces después de haberlos buscado analizando muestras de agua marina recogidas con un vaso.
Una piscina pequeña frente a los océanos
En su estudio, Wright y sus colegas ponen a prueba la analogía de Tarter construyendo un modelo de nueve parámetros que enmarcan toda la actividad de SETI. Y llegan a la conclusión de que la metáfora de Tarter era exagerada… aunque no mucho. De hecho, el nuevo modelo sugiere que la verdadera extensión de las búsquedas de SETI es «similar a la relación que existe entre el volumen de una bañera de hidromasaje grande, o una piscina pequeña, y todos los océanos de la Tierra».
«Si observas la cantidad de agua que cabe en un jacuzzi al azar en el océano -afirma Wright- no puedes esperar encontrar peces siempre». En concreto, los cálculos realizados para convertir, en la analogía, el volumen de espacio estudiado hasta ahora por SETI en busca de señales inteligentes en litros de agua en el océano arrojan una cantidad de 7.700 litros ya revisados de los más de 1.335 billones de litros de agua que contienen la suma de todos los océanos de la Tierra. Demasiado poco como para obtener conclusiones definitivas.
En otras palabras, abandonar los métodos de búsqueda de SETI o cambiarlos, tal y como sugiere más de un científico, sería algo totalmente prematuro.
En su estudio, en efecto, los investigadores escriben que «a pesar de los casi 60 años transcurridos desde la primera búsqueda por radio de SETI, se ha llevado a cabo muy poca búsqueda real en comparación con la cantidad que sería necesaria para descartar la presencia, incluso, de un gran número de señales».
Por otra parte, la gran variedad de los tipos de señales que se quieren detectar significa también que ninguna búsqueda concreta puede esperar ser capaz de captarlas todas «lo cual obliga a los científicos a plantear la hipótesis de una clase particular de tecnofirma». Y eso excluye a todas las demás.
En otras palabras, podría parecer que el «pajar» en el que SETI está buscando es tan grande que nunca aparecerá una «aguja». Pero los investigadores sostienen que esa conclusión no es válida, ya que «solo sería necesario buscar en todo el pajar si quisiéramos probar que hay cero agujas». Y el objetivo de SETI nunca ha sido el de encontrar toda la vida inteligente que puede haber más allá de la Tierra. De hecho, con un solo ejemplo sería suficiente.
Wright y sus colegas concluyen su estudio con una llamada a la esperanza: «dado que la vida tecnológica podría haberse extendido por toda la galaxia, y dado también que muchas especies tecnológicas podrían surgir también de forma independiente en muchos otros lugares, sería de esperar que se encuentre una gran cantidad de ´agujas¨».