Llegó la última función del mejor equipo argentino de la historia y el destino lo enfrentó con la máxima potencia, a la que claudicó en dos oportunidades para despertar el respeto mundial.
Las tierras cariocas fueron el escenario de la despedida de la Generación Dorada, nada más y nada menos que en un Juego Olímpico, y para cerrar le plantaron pelea a Estados Unidos, más allá de la placa definitiva 105-78, en los cuartos de final.
Con el corazón a flor de piel, el seleccionado intentó todos los mecanismos posibles para cortar todas las virtudes del poderoso oponente. En la memoria colectiva quedarán grabados esos primeros seis minutos de ensueño, donde el Alma saltó con total intensidad al rectángulo y ejecutó a la perfección la planificación. Principalmente para bajar el ritmo del rival, desarrollar una mixtura entre estacionados largos y lectura de lanzamientos rápidos, así como un gran despliegue defensivo para cubrir la pintura. De la mano de un desfachatado Campazzo (8), Argentina marcó una ventaja 19-9.
Luego el trámite viró con la presión en primera línea de los norteamericanos, los rebotes ofensivos y el bagaje de Kevin Durant. Argentina padeció dificultades para anotar y el tablero se estiró 49-27, a falta de 3:30 minutos del segundo cuarto. En casi diez minutos, el elenco de Hernández sufrió un parcial 40-8, que trastocó la tesitura de las acciones. Un cierre 11-2 del primer tiempo encendió la ilusión para retirarse al vestuario abajo 56-40.
En una noche muy especial para él, Ginóbili aportó 9 puntos en el tercer cuarto, pero todo el talento de Estados Unidos no ofreció posibilidades de una remontada milagrosa. Encima en diferentes pasajes la fortuna le fue esquiva a Argentina, con lanzamientos que coquetearon con el canasto.
El último cuarto se cargó de emoción, por un lado con un comienzo con una formación repleta de juventud, en lo que se presagia será el futuro de la selección. Luego con la explosión máxima de la noche, cuando Hernández mandó al campo a los cuatro gigantes, junto a Acuña, para disfrutar de los últimos cuatro minutos. El pleito quedó en segundo plano, para que el estadio rugiera de aliento, así como las miles de almas pegadas a la televisión.
Las lágrimas de Emanuel Ginóbili y Andrés Nocioni, quienes se calzaron el manto sagrado por última vez, la conmoción del regresado Carlos Delfino y el aporte incansable del eterno capitán Luis Scola se apoderaron de la escena. Una noche que vivirá para siempre en los amantes del deporte. Eternamente gracias Generación Dorada.