PRONÓSTICO EXTENDIDO

Finalissima | Más que el título, hay que festejar que Argentina tiene equipo y tiene a un Messi encendido

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stá sonando «We are the champions» como música de fondo. Wembley canta. Acaban de entregarle la copa a Lionel Messi, después de la goleada por 3 a 0 a Italiacampeón de Europa en la llamada «Finalissima».

Bajo ese estado de emoción a flor de piel de gallina hay que ponerle palabras a esto. Dígame usted que sabe, que seguramente también lo vio,¿qué fue? Recital de rock, fiesta electrónica, celebración anticipada en homenaje a Isabel que cumple 70 años de reinado y comienza a festejar este jueves, o solo un baile futbolero, una milonga como hace tiempo no disfrutábamos.

Póngale a este partido todas las palabras nuevas que se usan ahora para decir siempre lo mismo cuando se juega bien. «Volumen de juego», «ataque a los espacios», «toque», «desplazamientos», «cambios de ritmo», «presión alta», «presión baja»… Me quedo con los latidos que todavía sentimos. Los corazones de más de cincuenta mil argentinos atronando como bombos. Es un estado de felicidad y de excitaciones que no se ve a menudo. ¿De dónde salieron, de dónde vienen, como llegaron hasta acá?

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Deberíamos nombrarlos a todos porque el nivel fue muy parejo. El entrenador, Lionel Scalonitiene la virtud primaria, esencial: elige a los mejores técnicamente, luego los pone a jugar. La síntesis es, naturalmente, Messi, elegido mejor jugador del partido. Verlo acá, ao vivo, cuando no tiene la pelota, es tan fantástico como cuando se la dan. Cómo se ubica, cómo ordena, manda, se desmarca, sorprende. El primer gol fue casi suyo, amago para adentro, salió por afuera, metió el cuerpo, pisó el área y la cruzó para el toque de Lautaro Martínez a la red.

Deberíamos destacar al Cuti Romero, a Lo Celso, a Otamendi, y seguir así, como si diéramos la formación. Es impresionante cómo tienen incorporados los movimientos en conjunto, la intensidad con que enciman, salen a buscar cuando la pierden, marcan ,recuperan. Redujeron a Italia hasta convertirla en un equipito desorientado que por momentos se comía el «Ole, ole» de la tribuna sin saber qué hacer, salir o quedarse. Podríamos, deberíamos hacer nombres, todos.

Desde el que fue considerado en forma unánime como el mejor jugador del partido, el capitán Leo Messi, hasta el último suplente, pero me interesa hoy ,aquí, en Londres, preguntarle a usted que sabe si esto fue algo más que un buen augurio, una señal, o quedará sólo en  una linda tarde que conviene disfrutar antes de que anochezcan las buenas sensaciones, la ilusión de que por ahi, quien te dice, en una de esas hay un equipo unido, sin grietas, sin complejos, que nos anuncia un ¿cambio?, algo mejor. No es aventurado pensarlo así, el fútbol, esa pasión nos involucra, nos mueve, también nos explica, nos dice.

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En el mientras tanto cabe la pregunta: ¿cuánto más tienen que ganar  estos jugadores para demostrar a los que sólo opinan con el resultado puesto que acá hay un muy buen equipo atrás de Messi. Con un destello de calidad, cada uno en su puesto, que admite la comparación con cualquier figura mundial.

Se confirmó el alto nivel de los que hasta ahora podían ser revelaciones de temporada, el Dibu Martínez, o el Cuti Romero, un central de  altura, posición, marca, salida, como  la Selección Argentina no tenía desde hace tiempo. El toque, el pase, los movimientos de De Paul, Lo Celso. Laterales que marcan, salen, se muestran llegan, Nahuel Molina, Tagliafico.

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Por último, la gente. La habrá visto, escuchado. El número oficial confirma que habia 87 mil personas en el estadio, al menos cincuenta mil cantando a la vez eran argentinos.

El fútbol, no importa dónde se juegue, ni porqué, es siempre un viaje largo de sentimientos. Vean ahora esto que les cuento desde el pupitre de prensa asignado a PERFIL en la tribuna media de estadio de Wembley, en Londres, casi cuatro horas antes del comienzo de un Argentina-Italia presentado como «la finalisssima». Subte, línea gris desde el centro, estación Wembley Park. Se sube la escalera lentamente, como jugadores que salen del túnel. El golpe de vista desde ahí sacude el pecho, estremece. La  ancha avenida de un kilómetro que lleva a la entrada principal del estadio está ya cubierta por miles de aficionados. La mayoría, argentinos. Cantan: «ole, ole, ole, cada día te quiero más, oh, Argentina, es un sentimiento/ no puedo parar».

Se envuelven con banderas que recuerdan a ciudades y pueblos. ¿Dónde se nacieron, se criaron, dónde jugaban a la pelota? ¿O las llevan para hacerle saber a alguien allá que están acá y que no olvidan? Visten camisetas de todos los equipos, pero hay más de la selección. Actuales, antiguas, identificadas con nombres ya retirados. ¿Desde dónde vienen? ¿Son hijos de emigrados de antes, de ahora? Hay uno, cambiando diez metros adelante, que tiene la camiseta partida al medio. Media de Italia, media de Argentina. En la espalda, Diego Maradona las une.

No era creíble esta copa olvidada hace cuarenta años, apenas disputada entonces cuando se llamaba Artemio Franchi, la ultima que ganó Diego Maradona, y que ahora recuperaron a medias la Confederación Sudamericana (Conmebol) y la europea (Uefa). Parecía el anuncio de otro negocio más para vender a las cadenas de televisión. No era creíble, hasta ahora. Pero aquí, adentro, la calentura, el clima, el esfuerzo, fue el de una final que importa, que marca, que se va a festejar y a recordar cómo si fuera una copa del mundo.