No sólo las medallas, los tres oros olímpicos y la plata hacen que la participación argentina en Río 2016 esté entre las mejores de su historia olímpica. Los primeros Juegos en Sudamérica, que ayer tuvieron su cierre, mostraron una mejora para el deporte del país, incluso, desde el mismo momento en que se produjo un récord de atletas participantes (213) con nueve selecciones (más que Australia, China y Alemania), presencia en 89 pruebas de 28 deportes, una evolución que no fue ajena a la creación del Ente Nacional de Alto Rendimiento (Enard) a fines de 2009. Río 2016 marca un mojón para Argentina, un paso inolvidable, pero también muestra la promesa de un crecimiento. Los grandes se retiraron como leyendas y los más jóvenes aseguran futuro.
Si bien en cuanto a resultados el balance argentino fue idéntico al de Londres 2012: cuatro medallas y 11 diplomas (uno más que hace cuatro), los tres oros conseguidos por el judo, la vela y el hóckey sobre césped masculino marcaron una diferencia, un logro que sólo se encuentra 68 años atrás, en Londres 1948.
Para marcar la dimensión del lugar en el que está parado el deporte argentino hay que ir hasta el 28 de agosto de 2004, en los Juegos de Atenas. Ese día, bien temprano, la selección Sub-23 de fútbol le ganó a Nigeria con un gol de Ángel Di María y se subió a lo más alto de un podio olímpico.
Un par de horas de diferencia, el básquet dio el último paso hacia su bautismo de fuego, la Generación Dorada, y también hizo escuchar el Himno Nacional argentino a todo el estadio de Atenas. Hasta esa jornada, habían pasado 52 años para que una delegación nacional se colgara una medalla dorada. El quiebre del maleficio fue a lo grande: oro en fútbol y oro en básquet, dos de los deportes más populares del mundo quedaban en manos de la Argentina. Por eso, cada 28 de agosto se celebra el Día del Deporte argentino.
A partir de ahí, el oro se hizo una costumbre, aunque sea mínima si se la compara con las grandes potencias. De las 23 medallas doradas que tiene en su historia, la Argentina sumó ocho en los últimos cuatro Juegos: fútbol y básquet en 2004, Juan Curuchet y Walter Pérez en la prueba Madison del ciclismo, de nuevo el fútbol de Lionel Messi en Beijing 2008, la patada mágica de Sebastián Crismanich en el taekwondo de Londres 2012, hasta las tres perlas de Río (Paula Pareto en judo, la dupla Santiago Lange-Cecilia Carranza en vela y Los Leones en hóckey, más la heroica plata de Juan Martín Del Potro en tenis), las que hicieron de estos Juegos unos de los más importantes de los 124 años de historia olímpica argentina.
En Río 2016, Manu Ginóbili y Andrés Nocioni pusieron fin a una carrera de ciencia ficción en la Selección de básquet y confirmaron que son extraterrestres. Emoción de lado (¡maldito cruce en cuartos de final!), ahora queda lo que dijo un interminable (en serio) Luis Scola: “¿Quién se retira? A mí no me dijeron nada. Es tan solo una etapa, no es la primera vez que algo termina en la historia. Hay que seguir, corregir, vendrán otros y así todo”. Cero dramatismo y cada vez más ganas luego de ver a Facundo Campazzo, Patricio Garino, Gabriel Deck, Roberto Acuña y Nicolás Brussino. El fin de una etapa de una Selección que hizo escuela y muchos toman como ejemplo a seguir.
Pareto fue, tal vez, la abanderada del Enard. Tras su sorpresivo bronce en Beijing, la Peque recibió más apoyo: comenzó a viajar a torneos internacionales, a codearse con las mejores, con las que se iba a cruzar en los Juegos y les ganó a todas. Su sacrificio también fue fundamental para el oro de novela en el primer día de competencia (nunca antes había sucedido).
Pero tener éxito en el olimpismo también significa clasificarse a los Juegos. Y, mucho más, llegar a una final. El mejor ejemplo es Braian Toledo. El lanzador de jabalina surgido de los Juegos Evita, con tan solo 22 años, tiene muy clara su planificación olímpica con la mira puesta en Tokio 2020 (y 2024) para subirse a un podio. Fue de menor a mayor hasta lograr que se construyera la pista en Marcos Paz, a cinco cuadras de su casa, para luego ser finalista mundial, panamericano, meterse entre los 20 mejores del mundo en su especialidad y finalista olímpico. Como él mismo se encarga de recordarlo: al infinito.
Plan también tuvieron Los Leones para llegar al histórico oro en hóckey. “Esto empezó hace cuatro años –cuenta el entrenador Carlos “Chapa” Retegui– cuando nos propusimos ser campeones olímpicos. Y lo más importante es continuar con la política deportiva que se lleva a cabo desde hace unos años y llegar a los chicos de todo el país. Los Leones y yo estamos a disposición del que lo necesite”. La metamorfosis de la Selección masculina de hóckey sobre césped a Los Leones (idea del Chapa) en estos cuatro años fue asombrosa.
El deporte como inclusión social es algo que se impulsa desde hace ya más de diez años. La llegada del Enard hace seis, que Gerardo Werthein, actual titular del COA, muestra como su estandarte, profundizó esa idea e inyectó más dinero. Al contrario que países como Colombia, Venezuela y México (comparaciones lógicas y terrenales), tiene como objetivo llegar a los más chicos de todo el país.
Colombia (dos oros, dos platas y un bronce) tiene otra política y reparte su presupuesto (más que el de la Argentina) entre cuatro o cinco deportes con el objetivo de obtener medallas. Los deportes elegidos son levantamiento de pesas, ciclismo, boxeo, lucha y atletismo. Le va bien. En deportes por equipos apenas clasificó en fútbol y en Rugby 7 femenino. En la Argentina, el presupuesto es repartido en varios deportes, incluidos los seleccionados.
El de Las Leonas es otro ejemplo de inclusión, repercusión y difusión en todo el país. Desde Sydney 2000 hasta acá, el crecimiento del hóckey en el país es abrumador. Y, aunque cueste creerlo, el oro de Sebastián Crismanich en Londres generó que más jóvenes se volcaran al taekwondo en la Argentina.
Tal vez en cuatro años haya más Panteras, más Garras, más Leones, más que quieren ser como Fernanda Russo, la chica de 16 años de tremendo futuro en tiro, o tener una carrera olímpica sobre el agua como la de Lange; más que quieran saltar como los chicos del vóley o dejar el alma por un sueño como la luchadora Patricia Bermúdez. Más deportistas en la delegación.
El abanico de posibilidades, en la Argentina, es inmenso.La apuesta es a futuro. Y la Argentina tiene en dos años la posibilidad de fomentar aun más a los jóvenes con los Juegos Olímpicos de la Juventud. Hay material para soñar en grande.
El maratón, con tres argentinos
Los Juegos de Río de Janeiro con una de las competencias más emblemáticas del olimpismo: el maratón. La prueba de 42 kilómetros 195 también tiene un significado histórico para la Argentina. En la primera participación nacional, Juan Carlos Zabala ganó la medalla dorada en Los Ángeles 1932. Y porque Delfo Cabrera protagonizó una tarde mágica para el olimpismo argentino en Londres 1948, donde se colgó la de oro. En Helsinski 1952, Reinaldo Gorno ocupó el segundo escalón del podio. Después de 44 años, Argentina contó con más de dos maratonistas: Mariano Mastromarino, Luis Ariel Molina y Federico Bruno.
Mastromarino, campeón del Maratón de Buenos Aires el año pasado, fue crítico con las políticas de la Confederacion Argentina de Atletismo (CADA). «Creo que necesita un gran cambio. Tiene que entender que el atletismo no pasa sólo por los lanzamientos. Deberían respetar un poco más a todos los atletas, no sólo a los lanzadores y a los saltadores. Hoy en día el atletismo pasa por otro lado, por las carreras de calle, por la pista. La indumentaria que nos dieron para correr no es acorde a un maratonista: nos mandaron una calza de ciclista y el short era de fútbol. No nos sentimos respetados», acusó el marplatense.