Tratado como un emperador, el magnate ha olvidado sus críticas furibundas a las prácticas comerciales chinas y se ha deshecho en elogios al presidente Xi Jinping y a la atención recibida
Alfombra roja en el aeropuerto. Ópera china, té y cena en la Ciudad Prohibida. Guardia de honor en la plaza de Tiananmen. Niños sonrientes agitando banderitas.
Y el contrato del siglo en acuerdos comerciales por una millonada, aunque en realidad muchos son simples memorandos que pueden llegar a prosperar o no. En definitiva, una «visita de Estado superior», como la ha bautizado la propaganda.
Durante los dos últimos días, el régimen chino ha dispensado un recibimiento imperial al presidente de Estados Unidos, Donald Trump, a quien le ha dado de todo… Menos lo que realmente venía buscando: abrir los mercados a ciertos productos estadounidenses y cortar las relaciones con Corea del Norte para asfixiar al régimen de Kim Jong-un y acabar con su amenaza nuclear.
Para hacerle el trago más agradable, el presidente chino, Xi Jinping, se ha volcado con un derroche de hospitalidad oriental.
Por primera vez, él y su esposa, la cantante Peng Liyuan, han acompañado a un dignatario extranjero y a su mujer, Melania Trump, a un recorrido por la Ciudad Prohibida de Pekín.
Explotando la magnificencia de este monumento, que fue residencia de los emperadores cinco siglos y es Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, en sus pabellones les agasajaron con una actuación de ópera china y una cena privada que cautivó al matrimonio Trump.
Tan encantado acabó el presidente estadounidense que puso en su imagen de cabecera de Twitter la foto de grupo que se hizo con los Xi y los estudiantes de la ópera china. Anoche, había vuelto a cambiarla por otro retrato de las dos parejas ante sus respectivas banderas tras la firma de los multimillonarios acuerdos comerciales que se lleva bajo el brazo.
«No está claro cuántos de estos acuerdos anunciados son nuevos negocios, pues muchos de ellos parecen ser convenios ya suscritos o memorandos no vinculantes», analiza para Colin Grabow, experto del Instituto Cato.
A su juicio, «Trump ha sido incapaz de convencer a China para que abra más su mercado o se liberalice, lo que debería haber sido el principal objetivo comercial de esta visita».
Tratado como un emperador, el magnate ha olvidado sus críticas furibundas a las prácticas comerciales chinas y ayer, durante su comparecencia conjunta ante la prensa, se deshizo en elogios al presidente Xi Jinping y a la atención recibida.
Como bien saben los diplomáticos destinados en China, tras este derroche de hospitalidad y pompa oriental se esconden las duras estrategias de la negociación política. Mientras más atenciones reciba un invitado, menos concesiones arrancará.
Desde hace cientos de años, los chinos son expertos en deslumbrar a sus huéspedes con ceremonias fastuosas e hipnóticos fuegos artificiales para desviar la atención de sus demandas y volverse a casa contentos, pero con los manos vacías.
Trump, al menos, se lleva una millonada en acuerdos comerciales, pero habrá que ver cuántos derivan en contratos reales y cuántos son solo fuegos de artificio.