La Casa Blanca logra internacionalizar las sanciones contra Maduro al sumarse Canadá con sus primeras medidas.
Donald Trump ha elevado a Venezuela a la categoría de «rogue state» (como Washington llamó a la Libia de Gaddafi y al Irak de Sadam Husein), no todavía bautizándole oficialmente como tal, pero sí tratándole de acuerdo con esa etiqueta.
Trump está poniendo a Venezuela casi a la altura de Corea del Norte: los dos países fueron el foco de su discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas de la semana pasada, y después ambos fueron incluidos en la lista de la Casa Blanca que prohíbe la entrada de sus nacionales en Estados Unidos (en el caso venezolano afecta solo a funcionarios bolivarianos y sus familias).
Trump trata así a Venezuela no porque suponga una amenaza directa a la paz mundial, como ocurre con el régimen norcoreano, sino por el carácter delincuente (rogue) de su estamento gobernante: un narcoestado sumido en una enorme corrupción y responsable de la brutal represión de sus ciudadanos.
Para la Casa Blanca, Venezuela es un estado malandro que afecta directamente a la seguridad regional, por la implicación gubernamental en el narcotráfico, por contaminar las finanzas internacionales al lavar dinero con PDVSA, por el desbordamiento de la crisis humanitaria que está viviendo el país y por la palanca geopolítica que puede suponer para ciertas potencias extrahemisféricas.
Momento crítico
La caricaturización del líder coreano que Trump hizo durante su intervención ante la Asamblea General de la ONU –apodándole «rocket man»– ha quedado ya como uno de los momentos estelares de esos encuentros anuales, como aquel de 2006 en el que Hugo Chávez se refirió a George W. Bush como el demonio, por el supuesto olor a azufre que el mandatario estadounidense había dejado allí el día anterior.
Durante su presidencia, Bush tuvo la política la de ignorar las bravuconadas de Chávez, evitando incluso mencionarle en público. Barack Obama también optó por desechar los intentos de intercambio dialéctico realizados desde Caracas, primero con Chávez y después con Maduro. Solo al final de su presidencia, cuando el acuerdo de deshielo con Cuba ya no peligraba, Obama procedió a unas primeras sanciones contra funcionarios chavistas.
Bush y Obama pudieron evitar confrontar a Corea del Norte y Venezuela porque en sus mandatos el momento crítico aún no había llegado
A Trump le ha pasado con Venezuela tal como le ha ocurrido con Corea del Norte. Bush y Obama pudieron soslayar la confrontación directa con Pyongyang porque en sus mandatos el momento crítico aún no había llegado. Pero hoy el régimen de Kim Jong-un está a un paso de alcanzar el estatus de potencia nuclear, de manera que Washington se encuentra ante una decisión inaplazable: aceptar que Corea del Norte tenga la bomba atómica o lanzar un ataque, que sería especialmente destructivo para ambos bandos, para evitarlo.
También en Venezuela se ha llegado a un punto que exige la actuación internacional, como reconocen casi todos los países americanos.
EE.UU. se ve agredido
En su discurso ante la ONU, Trump expresó su disposición a confrontar a aquellos países que no cumplan, según dijo, con las dos obligaciones básicas de un estado: respectar los intereses de su propia gente y respetar los derechos de cualquier otra nación soberana. Para el presidente estadounidense Venezuela no está cumpliendo ninguna de las dos.
El país caribeño se ha convertido claramente en un estado autoritario y represivo, que por cuestiones ideológicas maltrata a sus ciudadanos, al no responder a sus necesidades de alimentación, sanidad y derechos cívicos. Además, ya ha quedado suficientemente descubierta la trama criminal de sus estructuras gubernamentales, que inundan de droga Estados Unidos y contaminan el sistema financiero estadounidense al utilizar el dólar en sus operaciones ilícitas.
Contra Maduro y Cabello
Las advertencias de Trump a Maduro, pues, no son un capricho del magnate neoyorquino, aunque muchas veces sus expresiones no sean las más oportunas. Prueba de ello es que el escalonamiento de sanciones emprendido por la Casa Blanca ha empezado a ser secundado.
La semana pasada, el primer ministro canadiense, Justin Trudeau, ordenó congelar posibles bienes de cuarenta dirigentes chavistas (entre ellos Nicolás Maduro y Diosdado Cabello) y prohibir cualquier relación económica con ellos. También en la Unión Europea se están barajando sanciones, tal como ha solicitado España.
Trump sugirió en la ONU que podría presionar a países de la región para que también apliquen sanciones. «Pido a todos los países hoy presentes aquí que estén preparados a hacer más para resolver esta verdadera crisis», dijo, después de destacar los estrechos lazos económicos que unen a EE.UU. con varias naciones latinoamericanas. Esto último puede interpretarse como una advertencia de que Washington podría utilizar sus acuerdos de libre comercio para exigir que los vecinos regionales también cierren el cerco a Venezuela.