Después de poco más de dos meses de la llegada de Carlos Rosenkrantz a la presidencia de la Corte Suprema de Justicia, el juez voló a fines de esta semana hasta Miami para descansar unos días en medio de un aluvión de fuertes críticas.
Lejos del orden y la tranquilidad que algunos creían que podía llegar tras el desplazamiento de Ricardo Lorenzetti, que estuvo once años en el cargo, la Corte atraviesa días de diferencias tanto en el interior como en exterior del Palacio de la calle Talcahuano.
Uno de los principales señalamientos contra Rosenkrantz es que lo sienten un emisario del Poder Ejecutivo.
De hecho eso también le valió un apodo: Bubi, como llamaban a Julio Nazareno, ex ministro del tribunal y hombre del menemismo durante esa gestión.
Pero si algo faltaba en el Palacio para alimentar aún más las versiones de su cercanía con el Ejecutivo es el próximo nombramiento –que se concretaría en los primeros días de esta semana– en la vocalía de Rosenkrantz de Mariano Braccia, que hasta ahora ocupaba un cargo entre las primeras líneas de AFIP.
Desde el entorno del presidente de la Corte derribaron de plano las versiones sobre la influencia del Ejecutivo y aseguraron que Rosenkrantz entrevistó a distintas personas y que Braccia fue quien “mostró mejor perfil en el área de derecho tributario”.
Resaltaron el nivel de su currículum –se formó en la UBA y en universidades del exterior– y explicaron que Rosenkrantz busca llevar a los mejores de cada área a trabajar a la Corte. En el tribunal creen también que la Casa Rosada leyó mal la unidad de votos que ungió a Rosenkrantz como sucesor de Lorenzetti.
Sostienen que no supieron ver que esa alianza no siempre se repetiría a la hora de definir cuestiones jurisdiccionales, lo que augura escenarios tan dinámicos como imprevisibles.
Todo lo cual se da en un momento en que el la Corte tiene previsto sacar antes de fin de año alrededor de mil fallos y esta misma semana decidirá sobre la ley de lemas en Santa Cruz (ver aparte), una suerte de “Cambiemos vs. Frente para la Victoria”, donde todos miran a Rosenkrantz.
Otra de las críticas que se le hacen al titular del tribunal es que no estaría cumpliendo con la premisa de mayor participación en la toma de decisiones. Aseguran que ese personalismo por el que le apuntaron durante años al rafaelino se está viendo ahora también en él.
Desde su entorno sostienen que él “vota lo que tiene que votar” y “va en busca de reformas institucionales. Va por el mediano y largo plazo”, agregan. Al tiempo que recalcan que “no está para amasar poder” y diferencian su estilo del de su antecesor.
Para el año próximo quedará pendiente un fallo del tribunal sobre el caso del Correo, que involucra a la familia presidencial y ya despierta suspicacias.
Rosenkrantz se enfrenta también, por estos días, a un escenario complejo en el que la Justicia atraviesa, frente a la opinión pública, una de sus etapas de peor imagen. En ese punto, la demanda de celeridad que tiene la sociedad para con la Justicia es uno de los ejes fundamentales pero no el único y el desafío no parece menor.