Tercero cómodo: Cambiemos se viene acostumbrando en las últimas semanas a esperar lo peor en las urnas provinciales, al menos para un partido que aspira a conseguir su reelección al frente de la Casa Rosada antes de fin de año.
Luego de Neuquén, los resultados del domingo en Río Negro y Chubut consolidaron esa posición rezagada de los candidatos que compiten en nombre del gobierno nacional.
Sin embargo, el Presidente y su entorno más cercano se muestran festivos ante cada derrota, no queda claro si lo hacen para disimular la depresión proselitista o porque efectivamente los estrategas PRO ven algo que resulta invisible para los demás.
Es cierto que, en cada caso de los últimos reveses electorales, también se destaca la imposibilidad del kirchnerismo para imponer a sus propios candidatos o aliados, lo cual explica -y así lo hacen saber explícitamente- cierto alivio del búnker macrista acampado en Olivos.
También parece confirmarse la regla no escrita de que, tanto en épocas de gran auge económico como en tiempos -como los actuales- de vacas muy flacas, los oficialismos gozan de una ventaja estructural para hacer campañaque es muy difícil torcer ante las urnas. Y en ese sentido, suena lógico que el oficialismo nacional sienta que le caben las generales de la ley.
Después de todo, la anémica performance electoral de Cambiemos no deja de registrarse en un escenario que al duranbarbismo lo encuentra dentro de su zona de confort, es decir, polarizando con Cristina Kirchner.
Incluso perdiendo contra ella, lo cual podría verse como una ventaja en términos de la psicología preelectoral a varios meses de la elección presidencial.
El factor “miedo al regreso K” sigue siendo la gran apuesta macrista, acaso más que nunca, debido a la frialdad inestable de la economía que deja el primer mandato de Macri.
Y al mismo tiempo, los últimos resultados patagónicos que castigan tanto a la Casa Rosada, también parecen confirmar ese duro techo que limita las chances de Cristina de volver al poder.
Eso sin contar el miedo que manifiesta la propia expresidenta de que desde Comodoro Py estén dispuestos a escarmentarla golpeando judicialmente a sus hijos. Y aquí se abre un azaroso abismo electoral, plagado de hipótesis y de rumores.
Por ejemplo, por estos días circuló en ambientes sindicales el supuesto comentario de un gremialista que acaba de volar con destino al Vaticano para -según él mismo deslizó entre sus íntimos- llevarle al Papa un mensaje cifrado de Cristina con la promesa de que ella se bajaría de la carrera presidencial, siempre y cuando Bergoglio mediara entre los Kirchner y el juez Bonadío para que cese el asedio judicial a la familia K, especialmente a los hijos.
Si aquella promesa fuera cierta, el vacío que dejaría la no candidatura de CFK podría impactar en el corazón mismo de la estrategia de Cambiemos para ganar una elección que, en los manuales de marketing político, luce cada vez menos ganable, si desaparece la toxicidad ambiental de “la grieta”.