Más de 3.000 alemanes ya llevan uno en su cuerpo y lo usan para pagar la cuenta en el restaurante, abrir la puerta de casa o llevar consigo su historial médico en caso de emergencia.
La idea surgió durante una conversación con amigos. Al empresario alemán Sven Becker le sorprendió saber que el chip que llevaba el perro de sus anfitriones, fabricado en EE.UU., tenía problemas de compatibilidad con los teléfonos móviles europeos, lo que causaba ciertas deficiencias de conectividad y tediosas expediciones por el vecindario a la búsqueda de la mascota.
La curiosidad de Becker le llevó a profundizar en esta tecnología y decidirse a probarla en su propio cuerpo. Después de implantarse un microchips NFC (Near Field Communication) en su propia mano, concretamente en el ángulo que forman los dedos índice y pulgar, descubrió una serie de utilidades relacionadas con el internet de las cosas que no dudó en promover a través de una página web (https://iamrobot.de/).
Su tienda online se llama “I am a robot”(soy un robot) y más de 3.000 clientes alemanes llevan ya implantado uno de estos microchips, que pueden adquirirse por menos de 60 euros.
«Se trata sencillamente de modernizar tu cuerpo», ha explicado en una entrevista con Euronews, asegurando que el microchip implantado en su propia mano en 2015 sigue en su sitio y sin mostrar contraindicación médica alguna, «la cantidad de posibilidades que te ofrece es muy amplia y te mejora y facilita el día a día».
Este tipo de dispositivo lleva tiempo siendo utilizado con objetivos médicos. Investigadores alemanes de la Universidad de Tecnología de Múnich, por ejemplo, han desarrollado recientemente un microchip sensor que puede implantarse cerca de tumores cancerígenos y evitar su crecimiento, midiendo los niveles de oxígeno en el tejido y con una bomba de medicación que libera drogas de quimioterapia si es necesario.
Su uso clínico generalizado está previsto para dentro de diez años. Pero los clientes de I am a robot se sirven del michochip para usos más banales. Puede programarse y se le pueden asignar funciones controlables a través del teléfono móvil.
La mayoría de los usuarios lo utilizan como llave o tarjetas de acceso a su casa, a su oficina o al gimnasio.
«Una función muy inusual es un enlace de dropbox con microchip, de forma que pueden cargarse archivos audiovisuales, escuchar música o ver películas en el teléfono.
Becker comenta que muchos clientes cargan en el chip documentos importantes, su historial médico para que esté disponible en casos de emergencia, y que alguno de ellos, en concreto, lleva siempre en su mano su propio testamento.
Acudir a un especialista
Apenas aparecieron a la venta en internet, los primeros diez microchips se vendieron en tres días. La compra se realiza a través de la página web y se recibe en casa un kit con instrucciones de implante a través de una jeringuilla y programación a través del teléfono móvil.
Becker aconseja a sus clientes no realizar ellos mismos el implante, sino acudir a un especialista o a un estudio de perforación, aunque asegura que no hay casos de inflamación o rechazo.
Los riesgos de la perforación parecen ser menores que los de protección de datos, aunque Becker también tiene respuesta para eso y dice que sólo podría leerse el microchip por parte de alguien que cuente con avanzada tecnología y que esté situado a menos de cinco centímetros de la mano.
Además lo presenta como una ventaja, puesto que esas lecturas programadas permiten que el microchip pueda ser utilizado, por ejemplo, como billetero digital.
En Bélgica se están utilizando microchips muy similares a estos por parte de la empresa de marketing digital New Fusion, que ha implantado microprocesadores más pequeños que un grano de arroz en ocho de sus empleados que sustituye a las tarjetas de plástico de acceso y que según los responsables de personal ofrece información mucho más precisa y segura sobre la actividad, los resultados y beneficios para la empresa de cada uno de los trabajadores.
El vacío legal sobre estas novedosas tecnologías permite que los implantes sean realizados con solamente la aceptación del afectado.
En este caso, se trata de un sistema de identificación por radiofrecuencia (FFDI) acompañada de una memoria de 868 bytes.
En EE.UU., el fabricante Dangerous Things (https://dangerousthings.com/) admitió en 2016 haber vendido más de 10.000 y empresas como River Falls, en Wisconsin, los implantan por decena entre sus empleados.
La idea surgió precisamente de la joven plantilla, después de que varios empleados olvidasen reiteradamente la tarjeta de acceso, causando retrasos y obstáculos en los procedimientos.
Los sindicatos y asociaciones de derechos civiles advierten que pueden ser utilizados como medio de intrusión en la privacidad de los trabajadores, pero Kevin Warwik, profesor de Cibernética en la Universidad de Coventry y que implantó uno de ellos «por curiosidad científica», asegura que «esa preocupación no tiene mucho sentido porque recoger el tipo de información que contiene es bastante fácil también sobre personas que no llevan implante, hackeando su tarjeta de empresa o del banco».
«La mayoría de nosotros llevamos ya una tarjeta en la cartera o una identificación personal con un chip», recuerda, “por lo que no es una gran salto tecnológico llevarlo bajo la piel, sino solamente un elemento de comodidad. Por no hablar del teléfono móvil, del que no nos separamos y que contiene mucha más información”.
Los chips RFID sólo pueden llevar, efectivamente, un pequeño dispositivo de 1 kilobyte, pero es mucho más vulnerable a ataques maliciosos (malware) porque no dispone de las medidas de seguridad que contratan las empresas que fabrican las tarjetas electrónicas o los teléfonos móviles.
Y no serán equiparables en materia de seguridad mientras sean fabricados y vendidos por independientes que no han de responder a ninguna legislación.
Otros expertos señalan que, mientras que las tarjetas de entrada al trabajo o de acceso bancario pueden ser también hackeadas, la característica que se presenta como la gran ventaja del implante RFID, el hecho que no se puede olvidar o en casa o perder, es también su mayor desventaja.
Cuando un artefacto subcutáneo funciona mal, la experiencia puede ser mucho más angustiosa. Si funciona mal, no podrá siquiera apagarse.
«Estos microhips no infringen ninguna ley», defiende Sven Becker, «y yo puedo halar por mi propia experiencia. Nunca me ha causado problemas y me parece una gran comodidad, pero tampoco me imagino un mundo en el que se haya generalizado la utilización de estos chips, supongo que la clave es que su uso sea voluntario y que lo lleve quien lo quiera llevar».