El tapabocas vino para quedarse, al menos, en el mediano plazo. Las personas una vez estén vacunadas contra el coronavirus van a tener que continuar con el uso del barbijo, tanto para salvaguardar su salud como para no contribuir a que la enfermedad siga en circulación.
Para que una persona desarrolle los anticuerpos para afrontar la enfermedad se necesitan al menos 14 días una vez recibida la segunda dosis de la vacuna, aunque los expertos sostienen que el tiempo ideal es entre 30 y 40 jornadas.
En ese lapso, la población inmunizada debe protegerse porque las chances de contagiarse no desaparecen. “Si la vacuna tiene una inmunidad del 90 por ciento, hay una posibilidad del 10 de enfermarse. Además, el cuerpo se encuentra en el proceso de formar anticuerpos, que deben llegar a un número importante, equilibrarse y armonizarse.
Por eso es muy criterioso usar barbijo para que se impida que cualquier otra afección ingrese al organismo que melle o que incomode la formación de esos anticuerpos”, subraya Hugo Pizzi, médico infectólogo, epidemiólogo y magíster en Salud Pública, que asesora al gobierno de Córdoba y director del Centro de Enfermedades Tropicales de esa provincia (MP 54.101).
Por otro lado, una vez la persona vacunada ya disponga de los anticuerpos necesarios para hacer frente al coronavirus estará protegida, pero podrá seguir contagiando al resto de gente de su alrededor.
El antídoto no impide el contagio, sino que evita que la enfermedad llegue a etapas más severas que ponen en riesgo la salud. “Mientras el virus siga circulando, la persona vacunada puede estar protegida, pero también eventualmente puede diseminar el virus, con lo cual puede no enfermarse ella pero transmitirlo a los contactos cercanos.
Así que debe continuar usando el barbijo hasta que el virus disminuya la intensidad de circulación así como se les recomienda a los individuos que ya pasaron por la enfermedad”, advierte por su parte Eduardo López, infectólogo e integrante del Comité de Expertos que asesoran a Alberto Fernández (MN: 37.586).
La prueba de que el barbijo es un objeto contundente como barrera es el hecho de que las planillas de salud pública de toda la Argentina registraron un número de casos de gripe, bronquiolitis, neumonía o bronquitis durante el 2020 muy inferior al que suele haber en época invernal.
“Esto significa que todas las patologías de la vía aérea superior tienen en el tapabocas realmente un dique de contención”, señala Pizzi. Una costumbre que perdurará Los expertos en salud sostienen que en determinadas actividades el barbijo vino para quedarse.
Por ejemplo, el código alimentario argentino exige que el tapabocas sea usado por las personas que expenden alimentos, como pan, fiambre o carne, una normativa que no siempre se cumple pero podría empezar a implementarse más estrictamente tras la pandemia.
“Los médicos van a hacer lo que llevan haciendo hace cinco años los odontólogos, que es usar el barbijo para todo. Por otro lado, hay un sinnúmero de personas que lo emplean por una cuestión de contaminación ambiental, porque son inmunodeprimidos o para evitar enfermarse”, destaca Pizzi.
La epidemia de gripe del año 2009 nos trajo tres conceptos que quedaron asentados en la población: Estornudar en el pliegue del codo. Uso de alcohol en gel. Utilizar el lavado de manos frecuente.