Volver a perder. Debe de ser duro. Últimamente, los domingos son jornadas de duelo en Olivos, disimuladas por alguna alegría forzada.
Como por ejemplo el día de ayer, donde el candidato de Cambiemos en las PASO de Entre Ríos, apoyado explícitamente por el Presidente, perdió claramente en el recuento de votos frente al candidato peronista, que pudo representar a un PJ unido, fenómeno aún difícil pero que ya empieza a manifestarse en varios distritos del país.
Para amargar aún más el domingo PRO, en las elecciones en municipios cordobeses, también el peronismo logró imponerse en varios lugares, más allá de que en general se volvió a cumplir la regla de que los oficialismos logran retener sus territorios.
Justamente en Córdoba, un intendente reelecto por Cambiemos recibió el llamado presidencial de felicitaciones, en un gesto desesperado de Macri por sostener el optimismo a contrapelo de las alarmas que suenan a su alrededor.
Hace bien el Presidente de fortalecer su buen humor y el de su equipo, porque esta semana el Gobierno se someterá a una prueba de fuego más en su via crucis proselitista, cargado de datos agoreros sobre la performance oficial en las encuestas y en los comicios que van teniendo lugar en distintas provincias.
El test del ácido que pasará Macri será ponerle la mejor cara al nuevo índice de inflación que se conocerá esta semana, tratando de apagar el incendio de la imagen presidencial con el paquete de medidas paliativas que el Gobierno anunciará en los próximos días.
¿Logrará el Presidente convencer a la gente de que el Gobierno está aferrando con firmeza el timón en plena tormenta de precios desbocados? ¿Podrá el Gobierno sostener la autoridad necesaria para hacer cumplir los pactos antiinflacionarios que se cerraron antes de los anuncios? ¿Recuperará la confianza y el respeto del tristemente célebre “círculo rojo”, al que ahora el Ejecutivo intenta seducir luego de años de trato desdeñoso?
Muchas dudas y casi ninguna certeza, salvo la privilegiada atención que la Argentina recibe del FMI, un dato que tiene un doble filo en un año electoral: por un lado garantiza el apoyo financiero que el Gobierno necesita imperiosamente para prevenir turbulencias catastróficas en la cuenta regresiva de la votación presidencial; por otro, la tutela del Fondo siempre huele mal en un clima de discursos demagógicos propios de cualquier campaña proselitista.
Pero más allá de la incertidumbre que refleja una administración tan dependiente del FMI, la mayor debilidad que transmite el Gobierno es esta adopción tardía y poco convencida de medidas y gestos (control de precios, fomento a la industria, diálogo componedor con el establishment) que no se interesó por poner en práctica en los primeros años de su gestión.
Todo suena a manotazo de ahogado y a parches internos de una coalición de gobierno pinchada.
Incluso se nota este rumbo errático en la valoración estrategia de la conducción de campaña respecto del peso de la economía en el escenario electoral. Desde el año pasado, Marcos Peña y el propio Durán Barba venían insistiendo con la idea de que la economía no era el factor determinante a la hora de votar.
Ahora parece que las encuestas empiezan a convencerlos de lo contrario, al menos al ecuatoriano que, según cuentan fuentes cercanas a la mesa chica PRO, está haciendo sonar las alertas sobre un dato que parecía olvidado: los votantes tienen bolsillo, y les duele. ¿Volvió la vieja consigna importada de Washington: “es la economía, estúpido”? Esta semana empezaremos a saber cuánto es así para el Gobierno y si este hallazgo de marketing político no llega demasiado tarde.
Por Silvio Santamarina* (Editor Ejecutivo Revista Noticias)