A finales de los 60, el microondas se estaba popularizando en las casas de Estados Unidos; Arpanet –la abuela de internet– lanzaba su primer mensaje; se realizaba el primer transplante de corazón; se aprobaba la venta de la píldora anticonceptiva; y el hombre conseguía poner por primera vez el pie en la Luna.
Sin embargo, nos faltaba medio siglo para entrar en el nuevo mundo digital a través de cualquier pantalla integrada en un ordenador, un teléfono móvil o una nevera; que los trasplantes fueran una operación cotidiana en casi cualquier hospital del mundo o que lanzásemos misiones a Marte que pasearan rovers por su superficie.
La ciencia ha crecido de forma exponencial en 50 años. Entonces, ¿qué no sabíamos de los viajes espaciales en el momento en el que subimos a dos hombres a nuestro satélite?
Para empezar, se debe hacer mención al contexto: la carrera espacial impulsada por la Guerra Fría entre EE. UU. y la URSS dio origen a una aventura en muchos casos apresurada y llena de riesgos. Aún así, en la década de los 60 se había teorizado mucho sobre lo que los humanos se encontrarían a casi 400.000 kilómetros sobre sus cabezas.
«Los peligros para los astronautas del Apolo eran muy conocidos antes de la misión», explica Markus Landgraf, analista en el proyecto de Exploración Humana y Robótica de la Agencia Espacial Europea (ESA).
«Sin embargo, sí que hubo cierto debate sobre la capacidad de la superficie lunar para soportar un vehículo de gran tamaño o la caminata de los astronautas», afirma. Si bien el programa anterior Surveyor consiguió poner varias sondas sobre la superficie de la Luna, no era nada comparable con una nave de varias toneladas, que finalmente consiguió el hito de posarse y llevar con ella dos vidas humanas.
El polvo lunar
Sobre lo que no se había debatido, ya que no se tenía demasiada idea era acerca del misterioso olor que regresó con Armstrong y Aldrin después de la primera caminata espacial. Una vez en el módulo lunar, empezaron a notar unas notas intensas y desagradables que ellos compararon con la pólvora. En realidad se trataba del polvo lunar que quedó adherido a los trajes espaciales. «Es mucho más peligroso de lo que se pueda imaginar», afirma para ABC Thu Jennifer Ngo, quien lidera el departamento de Landgraf. «Está hecho de pequeños granos afilados y es tan áspero como el papel de lija, por lo que puede causar bastante daño. Además, es un material muy fino que puede adherirse a todo lo que toca, abriéndose paso incluso en su traje espacial», asegura.
Aunque el polvo lunar fue casi anecdótico para la misión Apolo 11, no ocurrió lo mismo seis misiones después. Después de una larga caminata y de recoger varios kilos de rocas lunares, Harrison Schmitt, astronauta del Apolo 17, empezó a estornudar de forma compulsiva, presentaba congestión nasal, le lloraban los ojos y tenía dolor de garganta, como las personas que padecen algún tipo de alergia. Aunque se recuperó en un día, Schmitt fue la primera persona que sufrió la «fiebre del heno lunar», una patología provocada por este polvo, que puede ser peligroso si se inhala en grandes cantidades, produciendo algo parecido a la silicosis que experimentan los mineros. «Los expertos europeos actualmente están desarrollando modelos para mitigar los efectos tóxicos de este polvo en el espacio para futuras misiones», concluye Ngo.
Micrometeoritos
De lo que tampoco se tenía demasiado conocimiento en 1969 era de los micrometeoritos: pequeños asteroides que golpean tanto a la Tierra como a la Luna a una velocidad de 10 kilómetros por segundo. «La atmósfera de la Tierra nos protege, pero su ausencia en la Luna hacen que la golpeen directamente, lo que crea los cráteres que podemos ver en su superficie», explica por su parte Didier Schmitt, director de los programas de vuelos espaciales tripulados de la ESA.
«Poco se conocía en cuanto a la frecuencia y el peligro potencial en la década de 1960. Además, como los ingenieros necesitaban reducir la masa de la nave lo máximo posible, no había espacio para el blindaje. Sin embargo, la probabilidad de ser golpeado por un micrometeorito es muy baja, a pesar de que un objeto de este tipo demilímetros de diámetro podría desde afectar a un instrumento a matar a alguien».
Bacterias espaciales
Otro de los peligros desconocidos que acechó a la misión sin que la humanidad lo supiera –y, de hecho, no lo haría hasta el Apolo 12– es la capacidad de ciertos microorganismos de sobrevivir en el espacio.
«El Apolo 12 recuperó una de las cámaras que llevó a la Luna el Surveyor 3. Una vez en la Tierra, se analizó en detalle y se detectó una colonia de una bacteria muy común en nuestro planeta. La radiación recibida podría haber alterado su genoma y quizás volverse más virulenta de lo que era cuando partió al espacio. Afortunadamente eso no paso, pero sí sirvió para ser mucho más estrictos en los protocolos de esterilización», apunta por su parte Javier Gómez Elvira, director del Departamento de Cargas Útiles de la Subdirección de Sistemas Espaciales del INTA.
La mortal radiación
Sin embargo, el foco de mayor peligro para los astronautas no provenía de la propia Luna, sino del Sol. La radiación que emite nuestra estrella y sus caprichosos ciclos suponían (y suponen) un gran riesgo para el que la humanidad no comprendía (ni comprende aún) del todo. «Las erupciones solares ya se conocían en la década de 1960, pero no se disponía de datos precisos sobre la intensidad y las dosis que podrían dañar a los humanos. Y ahí tenemos de nuevo el tema de la falta de blindaje. Por lo tanto, las llamaradas solares extremas podrían haber sido mortales en cuestión de días para las tripulaciones», afirma Schmitt. Es decir, si la misión se hubiese topado con una tormenta solar, la radiación habría abrasado literalmente a los dos astronautas.
De hecho, la radiación solar aún es una gran incógnita. «Los efectos no son bien conocidos. Recientemente se ha publicado un trabajo sobre sus consecuencias en el sistema cardiovascular y se ha encontrado que la repercusión de estos problemas en los astronautas de las misiones Apolo está muy por encima de los niveles medios de la población americana», apostilla Gómez Elvira.
Pero nada de esto pasó. Los tres astronautas regresaron a la Tierra sanos y salvos, a pesar de que los analistas vaticinaban solo un 50% de probabilidades de éxito de la misión Apolo 11. ¿Suerte? Una pizca acompañada de toneladas de ciencia.